sábado, 9 de abril de 2011

Ayrton XXI

A Platero siempre le contaban anécdotas, Ayrton, seguramente ilusionados con que comprendiera algo más de la vida y aprendiera ciertos puntos más allá de su condición de borrico, como compensación de ese pasar por el mundo tan limitado que tienen las bestezuelas.

“La mayor diversión de Anilla la Manteca”, escuchó una tarde mientras cepillaban su pelambre, “era vestirse de fantasma.”

Platero parecía que ampliaba sus enormes orejones para atender y que afirmaba con su gran cabezota los pormenores del relato.

“Se envolvía toda en una sábana, añadía harina a su rostro, se ponía dientes de ajo en los dientes, y cuando, ya después de cenar, soñábamos, medio dormidos, en la salita, aparecía ella de improviso por la escalera de mármol, con un farol encendido, andando lenta, imponente y muda.” Parecía que “su desnudez se hubiese hecho túnica.” Nos espantábamos con la “visión sepulcral que traía de los altos oscuros, pero, al mismo tiempo, fascinaba su blancura sola, con no sé qué plenitud sensual...”

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