miércoles, 17 de febrero de 2010

Carta de Amor

Concurso Antonio Villalba de Cartas de Amor, año 2010, convocado por la Escuela de Escritores, de Madrid.

Participé en la novena edición de este concurso. Las pautas generales proponían escribirle 1500 palabras a un destinatario cualquier, dentro del siguiente marco:

Porque ya está bien de repetir siempre las mismas bobadas cuando hablamos de amor, porque no es obligatorio ponerse cursi, porque siendo el amor una emoción intensa no hay derecho a que acabe casi siempre en un montón de líneas recargadas de tópicos, porque el amor merece mejor suerte.

Mi texto:

Ambigüedad

Tú sabes, Montse, cuánto odio las palabras, tanto orales como escritas. Sobre todo ese parloteo femenino sin ton ni son, los digo, te dije, me dijiste, nos dijimos. ¡Aj! ¿Recién te enteras? Pues sí, ignoro su causa, sólo no lo soporto. No obstante, te escribo porque algo quedó en el magma de nuestro amor errante y clama por derramarse. Acaso me broté, según dicen.
De cualquier modo, ¿qué otras cosas podría yo decirte que no te haya dicho, que no figure en la historia universal, que tú misma no sepas? Pero vuelvo a repetírtelo una vez más: la naturaleza es ciega en su propósito. Te entiendo, como si escuchara tu voz susurrante en mis oídos: “Deberías usar el plural porque ella posee muchos designios”. Te equivocas, Montse, es sólo uno. De modo continuo o fragmentario, su novela la escribe desde el principio de los tiempos hasta hoy mismo, aquí y ahora, poco importa dónde compré el perfume, cómo hiciste tus rizos o si come nuestro gato. Sus muchos qué, por qué, dónde, cuándo y cómo son medios que no debemos confundirlos con su finalidad exclusiva, decidida por ella misma unilateralmente, sin consultarnos ni a ti, ni a mí, ni a nadie. Salvo en la medida de su interés primordial: vivir y seguir viviendo. Que desea perpetuarse, te digo, aspira a la eternidad.
¿Qué sabio puedes nombrarme, Montse, uno solo, a ver, que no haya colapsado su cerebro ante la urgencia de su entrepierna; o que no haya sucumbido antes de desmadejar los laberintos del amor? Todos vertieron múltiples emociones, suspiros, ansiedades, besos, dudas, fluidos, sentimientos, orgasmos. Infinitos mmmm, mmmmmm, chuik, chuuuik, ahh, ahhhh, y dale que dale, jornada tras jornada de sus sabihondas vidas. Entre lance y lance, todos sopesaron, midieron, discurrieron, y que patatín y que patatán. ¿Y qué hallaron? Nada de nada, sólo más inquietud y desencanto. Sombras, Montse, sombras nada más. Y los poetas, ¿qué? ¿Y los pintores? ¡Bah! ¿Y los músicos? ¡Uf! Puro blablaismo sentimental plagado de palabrejas, cancioncillas y coloretes vanos. Y ni qué hablar de los mismos amantes, elevados al plano de la excelencia natural, pero encadenados a sus pasiones, barquichuelos en medio de la borrasca amorosa, títeres descabezados ahogándose en su marea emocional.
Ya está dicho, Montse: un poco de verdad y fantasía griegas, unos granos de condimento romano, ciertas falsedades de la ilustración, algo de inexactitud moderna, una pizca de superficialidad contemporáneas y, clic, eccco l’amore. En fin, observa un tanto, nada más, el mundo para ver el pastiche en el que se revuelca.
¿Crees que decreto la inexistencia del amor, reduciéndolo a fantasmagorías? Yerras otra vez, Montse. Es tan real, tan material, tan carnal, tan visceral, tanto, que, para cumplir su cometido, la naturaleza precisa disfrazarse con dulzores, y, así, logra que no huyamos espantados.
Sin embargo, en mi vida nada ocurría, Montse, nada, ¿recuerdas que te conté? Ni en verano ni durante la luna llena. Nunca. Los años destilaban su amargura, segundo tras segundo, siempre agónicos, con la irracionalidad tajante del padecimiento. El universo nada desea conmigo, pensaba. Hasta que llegaste tú, con la gracia que esconden las curvas de tus caderas sedosas. Ningún acontecimiento antes de esa hora —feliz, maldita, fatal—, en la que insinuaste contra mi torso los encajes bordados de tus pechos. La fuerza arrolladora del amor —de ella, la naturaleza—, desafió la oposición de todos los obstáculos e intentó satisfacer su deseo, aunque los individuos que la encarnábamos, tú y yo, no podíamos. No le importó que perdimos la salud, y casi la vida, incluso por mano propia, en un pacto de amor y muerte.
¿No te parece que el amor habita en el sexo, específicamente en los genitales? Joder, ¿aun tengo que aclarártelo? Digo que en eso que tú y yo escondemos en el colmo de las piernas, puertas con zaguán, cancel y vestíbulo que nos conducen hasta el lecho, yace el tan mentado amor. Allí radica y no en medio del pecho haciendo tic-tac, ni un poco más abajo, a la derecha, destilando bilis. Ese es el centro vital, no el hígado o el corazón. Incluso Adán (hombre de carne y huesos, ¿o no?) y Eva (mujer de carne y huesos, ¿o no?) comieron (acto físico, primitivo, carnal, pedestre si los hay, ¿o no?) una manzana (colorida, jugosa, material, ¿o no?). ¿Sublime amor o carnalidad sexual? ¿Se amaron o se enc-amaron?¿Ama o cama?
Sí, ya sé, ¿cómo no me daría cuenta? Como si te viera, sonríes con los dientes apretados y el ceño fruncido. No me apruebas este mero libelo execrable, dices. Tus sentimientos, Montse, más etéreos que los míos, menosprecian, por densos, según tú, mis conceptos sobre tu sublime amor. Pero no te culpo, qué va, si hasta te aplaudo: tienes menos problemas que yo.
Pero, ¿qué puedo decirte? El amor trastorna con bobadas, ridiculeces; inescrupulosidades, deshonra, traición, como un diablo desatado que todo lo embrolla, destroza, corrompe. ¿A qué vienen tantos mareos, escándalos, huracanes, guerras, erupciones, tsunamis? Perpetuación de la especie. ¿Cómo? ¿Tanta lucha por semejante estupidez? Sí, Montse, pero en ello no hay tontería alguna. A las diversas realidades, espacios, matices, a casi todo, junto con el instinto de conservación, lo tiñe el poderío amoroso de la naturaleza, con ese único y último objetivo.
Por más tragicómico y despiadado que se presente, el amor se impone a cualquier otro deseo en función del porvenir. Desde el más efímero o insano hasta el de mayor voracidad, macho y hembra poco importan, salvo en función de la especie. Ya patético o sublime, sus vuelos y padecimientos infinitos, siglo tras siglo, convierten a nuestra individualidad, apenas, en el sudor de la piel más externa, aunque con el deseo absoluto de vivir.
El amor seduce, alucina e ilusiona su objetivo natural, valiéndose de artimañas. No basta el sentimiento mutuo, sino que demanda la posesión misma, el goce físico. Todas las tramas —rosas, grises, rojas, negras— de las aventuras amorosas, aunque los protagonistas lo ignoren, persiguen la continuidad vital. El resto es pura cháchara.
Sí, los comprendo, sentimentales de mi alma, nobles de corazón, seres prendados tiernamente, lubricados de mi vida, ya os escucho protestar por mis asperezas. ¡Ah! ¡Oh! ¡Aj! Tú también, Montse, no me digas que no, acéptalo. Pero el futuro es un objetivo infinitamente más alto que vuestras erráticas inquietudes emocionales, la lubricidad, los fluidos genitales. Tantos ardores, tantas posesiones, tanto maquillaje, tanto dinero, tantos requiebros, tantos vehículos, tantas puntillas, tantos viajes, tanto poder, tantos rulos, tantos moños, ¿para qué? Angustias, traslados, crímenes, dudas, traiciones, robos, engaños, estafas, ¿con qué finalidad? Poseer al ser amado. ¿Para qué? Crear una especie inmortal.
Tú y yo deberíamos haberle obsequiado un muy buen ejemplar al porvenir, Montse. Yo le habría dado estatura y fuerza muscular; tú, belleza. ¿Quién la piel, los cabellos y los ojos? De ambos, nariz aguileña y boca carnosa. Valentía y bondad mías, ingenio e inteligencia tuyos. Juntos, salud consistente. La esencia es absolutamente inmutable, afirmábamos, y el ennoblecimiento, genético. ¡Nos deseábamos más que a nadie y habríamos perfeccionado el futuro! Pero ebrios de idealismo, olvidamos que la voluptuosidad es bestial. No pudimos seguir el deseo de la naturaleza y nos desapasionamos. Tanto tú como yo, Montse, coincidimos en la ignorancia del escándalo, y nuestra despedida fue oprobiosa. Te ríes, seguramente ahora te ríes, y agradecerás mi memoria, moviendo la cabeza para afirmar, como si las palabras tuvieran más poder que los hechos. Pero no somos ejemplos de perfección, y sí, Montse, te lo juro, sé que no nos condenarán por esa estafa, e, incluso, habrá premio.
Ahora evoco tu pulida desnudez abierta sin violencia, tan conocida para mí que, aunque te hubieras empeñado, nada habrías podido ocultarme. ¿Qué ignoraría yo de la índole femenina? Un paisaje con turgencias, mansedumbres, oquedades, fierezas, llanuras, umbrías, más el plus irrefrenable de vivir como suspendidas en el agua o en el aire, expuestas a las mareas y los huracanes. Pero te mentiría si negara la sacudida de aquel primer, tímido, casi inocente beso que te di, joven, torpe, ante tu desafío audaz.
Y es así que, a pesar de mi rechazo al lenguaje verbal y escrito, me inspiras la necesidad de enviarte esta apenas mísera alineación sin sentido, Montse. Breve texto imprevisto cuando entonces te encaramabas en contra de mí, terca, resuelta, burlona o impasible, como hembra apoyada en la riqueza que llevabas, y llevas, entre las piernas. Este repiqueteo impensado, pero que, presentido desde un principio, deviene como una obsesión.
No quiero reabrir heridas, pretendo respirar en comunión. Prefiero abandonarme a una posteridad estetizada en vez que a una actual verdad evidente. Ante el sentido del amor absurdo, aquel que tú y yo y todos encarnamos, Montse, elijo la lealtad serena capaz de engendrar, ahora, no herederos, sino buenos entendidos. Y, por fin, después de un raro orgullo incomprensible, esta es, entonces, definitivamente, aunque debilitada por los hechos, de parte de alguien que te quiere bien, de eso se trata, por primera, única y última vez, la prometida carta de amor.
Tuya, Pilar.

1er. premio: Cuna, de Isabel González

Compré todo lo necesario para amarte. Una pelota hinchable y siete alcayatas. "Hoy no es mi cumpleaños", me dijiste. "Da igual. Ábrelo", insistí. Rompiste el papel de mala gana y apareció la pelota desinflada. En otro paquete diminuto estaban las alcayatas. Hasta aquella mañana, yo ni siquiera sabía que se llamaban alcayatas. Por eso me gusta entrar a la ferretería. Echar un ojo por ahí y cuando me decido, pedirle al encargado que me ponga siete de eso. "¿Siete alcayatas?". "Exacto. Siete alcayatas", pronuncio por primera vez y una bandada de gorriones remonta el vuelo desde mi estómago.
Los nombres suelen ser más bellos que las cosas. Me gustan especialmente Bernardo y tachuelas. Pero no puedes llamar a nadie Bernardo Tachuelas. He aquí la esclavitud de las palabras. Estuve a punto de conocer a un Bernardo y conocí unas tachuelas, que son como las chinchetas aunque no es necesario que su cabeza sea circular y chata. Algo sin complicaciones. Lo que puedo ofrecerte. También una pelota de playa.
"¡Vamos, hínchala!", te animé. Y empezaste a soplar. Supongo que los dermatólogos ya han estudiado este fenómeno. La tersura que gana terreno a las arrugas. La posibilidad de rejuvenecer un rostro soplando por sus narices. Tú, sin embargo, no parecías contento. Tenías miedo. Miedo de que explotara. Esta vez no lo hizo y vimos que el balón traía dibujado un perro con un cubo entre los dientes, un perro con un cubo entre los dientes, un perro con un cubo entre los dientes. Un motivo que se repetía en el ecuador del balón. "¡Abre el otro, venga!", te apremié. Suspiraste resignado y tus dedos se hicieron torpes con el minúsculo envoltorio. Al final, arrancaste el celo con los dientes y te pinchaste. "¡Mierda!", dijiste.
Tu boca empezó a sangrar y yo te traje alcohol y agua del grifo. Estabas tan apurado que untaste el algodón en el vaso y bebiste del bote. "¡Mierda!", escupías. La situación no dejaba de ser graciosa y yo lamenté la falta de consistencia de tus encías de pladur. "Si la alcayata se hubiera afianzado en tus premolares podríamos colgar un cuadro", bromeé. "¡Has vuelto a beber!", me soltaste. "¡Mira quién habla. El señor que acababa de echarse un trago de alcohol desinfectante!", respondí. Luego me puse a llorar. Porque hago todo lo que puedo. Te lo juro. Porque esto es todo lo que puedo ofrecerte: un balón de plástico y siete alcayatas de acero o de latón, de rosca o de clavar, grandes o pequeñas. Me llevé las estándar porque según el ferretero, valían para cualquier cosa. También para demostrarte mi amor. Qué otra cosa propones con el dinero que me dejas.
Bloqueaste mi cuenta por lo de mi afición al vino, por lo de mi afición a las tragaperras del ?Roxi Palace?, por lo de olvidar dinero en los sombreros de los mendigos. El otro día, el día más frío de este invierno, crucé los porches donde duermen y uno de ellos, agarrado a un cartón de vino, gritó: "si sigue nevando así, me voy a misa de una a dar pena". Te he regalado tantas veces la misma cosa... La misma pluma envuelta en Navidad y vuelta a envolver la Navidad siguiente; el mismo disco de Eric Clapton remasterizado por otra compañía; un beso igual a otro beso y en cada sexo, los mismos labios. Seamos honestos. No estoy borracha por haber bebido.
Bebo porque estoy borracha. Borracha, ebria, embriagada de las flores del cementerio y de esas otras. Las que tú me regalas por mi cumpleaños. Cada doce de junio, esa docena de rosas que son como una afrenta. Como si me dijeras: "esto sí que es un regalo. Aprende". Y tú tienes que conformarte con siete alcayatas y un balón. Papel de lija a fin de mes, cuando sólo me quedan sesenta céntimos. "Para regalo, por favor", le digo al ferretero. A base de ponerte algodón entre el labio y la encía, dejaste de sangrar. A base de concentrarme en tu herida, dejé de llorar. Ennces me sorprendiste. "Toma", me entregaste otro sobrecito. Siete hembrillas de hierro cincado. Siete hembrillas estándar para mis siete alcayatas estándar. Las clavamos en la pared del pasillo. ¿Qué prenderemos de ellas? ¿Láminas de jazz? ¿Acuarelas? ¿Aprovechará una araña la infraestructura para tejer su red? De una patada, enviaste el balón al cuarto del fondo. Giraba en una esquina y al girar, daba la impresión de que el perro con el cubo entre los dientes se ponía a correr. Nada más que una ilusión. La cuna vacía. Alisé un pliegue de la colcha y tú pusiste una mano en mi vientre. "Sólo te necesito a ti", me besaste. Y yo qué sé. Yo qué sé. Si ahora nevara, si no dejara de nevar hasta el mediodía, iría a misa de una. A dar pena.

Finalistas

Atención al cliente, de Julio Igualador

Librería "La fuente de Castalia" Calle Parnaso 23, Madrid
15 de enero de 2010

Apreciado Sr. Mendoza: Nos ponemos en contacto con Vd. para indicarle que no nos es posible atender su pedido con fecha del 7 de enero de 2010 recibido por correo ordinario en nuestra librería el lunes 11, en referencia al artículo Nº 000115-0110 de nuestro catálogo, con la celeridad habitual y que me ponía muy contenta cuando entrabas en la librería y creo que te echo de menos.
Como recordará, se trata de un ejemplar del Diario de un poeta recién casado. Juan Ramón Jiménez. Casa Editorial Calleja, te lo explico enseguida, no te asustes, Madrid, 1917. 1ª ed. 18 x 12,5 cm. 280 Págs. Rústica, con cubiertas. Lomo tostado con pequeñas pérdidas en los bordes no sé si sabes que me llamo Mariví, bueno, ahora sí que lo sabes, claro, qué boba. Ligeras manchas de óxido que no afectan al texto. Firma anterior propietario en página de cortesía soy la más pequeñita de la librería, la de la melena gris y las gafas de concha; ofertado a un precio de 1300 ?. El hecho, injustificable, es que el artículo se ha extraviado sin que hasta el momento hayamos sido capaces de dar con él la que te atendía casi siempre porque mis compañeras saben que me gustaba atenderte y simulaban estar atareadas cuanto te veíamos entrar. Lamentamos profundamente las molestias que esto le pueda causar y le rogamos que acepte nuestra sincera disculpa.
Junto con esta carta le remitimos un giro postal por el importe de los 1300 ? además de atender ya ves que me ocupo de la correspondencia lo que pasa es que no tengo acceso al fichero de direcciones que tuvo Vd. la deferencia de ingresar en nuestra cuenta por adelantado algo relacionado con la privacidad y los datos personales y las leyes, bueno, vale de explicaciones. No obstante, le aseguramos que se adoptarán las medidas precisas para encontrar el ejemplar, verás, el gerente no lee lo que le pasamos a firma, no te preocupes, eso sí, tengo que dejar caer las frases aquí y allá; si fuera necesario se llevará a cabo un inventario general de existencias y me dirás que no sé nada sobre ti y es verdad que sé bien poca cosa, sí, muy poco, aunque me gusta lo que sé, aunque, como esperamos que comprenda, eso conllevaría una demora considerable.
Si Vd. pudiera asumir esta demora de tiempo estaremos encantados de servirle el pedido me gusta que seas amable conmigo y aún me gusta más que lo seas también con las demás dependientas, qué tontería, ¿verdad? creo que lo que me gusta es que seas amable con quien no necesitas serlo con un descuento de un 5% en compensación por el retraso y la molestia. En el caso de que, en el ínterin, apareciera en el mercado otro ejemplar de la misma edición me gusta tu voz de hombre que tiene una voz bonita pero que no sabe que la tiene nos comprometemos asimismo a adquirirlo para Vd. y, si se diera la circunstancia de que el precio de venta fuera superior al ofertado me gusta que insistas en que te llamemos Nacho, todo el mundo me llama Nacho y que dejes que el gerente te siga llamando Don Ignacio, mantener las condiciones en que fue encargado por Vd. en fecha 7 de enero y con las que figura en nuestro catálogo mensual me gustan las corbatas que no te pones asumiendo la librería el coste adicional y aplicando y lo fácil que resulta hacerte enrojecer, ahora mismo debes estar coloradísimo, es casi como si pudiera verte, en cualquier caso, el descuento antedicho.
Esperamos que este inexcusable contratiempo me gustan las pelotillas de tus jerséis marrones no suponga merma en la confianza me gustan las gorras que llevas sobre los rizos blancos que me gustan tanto que desde hace años viene Vd. depositando en nosotros y, en tanto aparece el artículo me gusta el olor de tu colonia de bebés cuando hago como que no te oigo bien para que te arrimes al mostrador, apelamos a la amable disposición de que siempre ha hecho Vd. gala a lo largo de nuestra prolongada relación comercial.
Pidiéndole de nuevo disculpas si mis compañeras supieran lo que estoy haciendo pensarían que estoy loca y que no tengo derecho y es posible que tú también lo estés pensando porque tal vez estoy loca y claro que no tengo ningún derecho ¿me sabrás perdonar? por no poder suministrarle su pedido ¿verdad que me perdonarás? No voy a volver a molestarte, nunca en la fecha prevista y agradeciéndole su compresión tan sólo quería que supieras que te echo de menos y me preguntaba si querrías cualquier día de estos quizá querrías tomar un café conmigo si quieres, sólo si tú quisieras y yo invito. Mariví, reciba un cordial saludo ah, estate tranquilo por el libro que mañana aparecerá tan misteriosamente como desapareció, es sólo que necesitaba un pretexto, bueno, vale de explicaciones. Sólo si tú quisieras. Yo invito. Queda a su entera disposición,
Gerardo Lope Garcés
Gerente

Todas las familias felices se parecen,
de Gabriel Rodríguez

Querido Emilio: Todos estamos aquí preocupados por ese asunto de tu condena a muerte; bueno, todos excepto tu hermano Jacinto, que se obstina en copular conmigo. Yo le he dicho que ya hablaremos del asunto, pero que mientras tú sigas por aquí de cuerpo presente como quien dice, no me parece correcto. Otra cosa será, querido, cuando tú ya no estés.
Los niños han venido a pasar el fin de semana. Así veremos tu ejecución televisada en familia. Berta ha traído a su nuevo novio, que nos ha caído muy bien a todos. No sabes cuánto me alegro de que haya dejado atrás al fin aquella etapa hippie en que andaba tan perdida, drogándose y fornicando sabe Dios con quién. Ricardo y ella se casarán el año que viene. Lamentablemente, tú no estarás ya, pero tu hermano Jacinto, que es muy previsor, se ha ofrecido para llevarla del brazo hasta el altar. Pensé que te gustaría saberlo.
Tu futuro yerno póstumo es un encanto. Sonríe todo el tiempo y cuando algo le hace gracia se ríe con la boca muy abierta y se da palmadas en los muslos. Dice que Berta no necesitará trabajar y que él se ocupará de todo cuando herede la tienda de electrodomésticos de segunda mano que regenta su familia desde hace, cito literalmente, cinco siglos. De hecho, nos ha traído un vídeo beta que está nuevísimo para que podamos grabar tu ejecución.
También dice que la pena de muerte es imprescindible y que las autoridades han hecho muy bien en recuperarla. Dicho esto, ha aclarado que no se alegra especialmente de que seas tú a quien vayan a ejecutar, por más que él haya colaborado para enviarte al cadalso.
Debes de estar haciéndote algunas preguntas. Te voy a dar una pista. Ricardete (majo el chico) es ese mozo gallardo que testificó en tu juicio. ¿A qué ya sabes quién es? Tiene un pico de oro, no me dirás que no. A Berta le impresionó tanto lo bien que hablaba que quedaron a la salida del juzgado para tomarse un chocolate con churros. Donde menos te lo esperas, brota el amor. ¿No te parece precioso, Emilio?
Ricardín ha dicho también que si te denunció (ah, por cierto, se me olvidaba: fue él) lo hizo porque cree en el sistema y no con afán de perjudicarte; porque lo que hace falta ahora, cito literalmente, son hombres prácticos y sensatos, no idealistas ni revolucionarios. Y además, dice que el garrote es algo muy español, algo que había que recuperar, como la bota de vino, las farias o los veranos en Torremolinos.
Elías está mucho mejor desde que salió del Centro de Reorientación Psicológica. Ya casi no se hace pis en la cama. Con la medicación que toma se queda muy tranquilo. Se puede pasar horas con los ojos abiertos como dos lunas llenas mirando el gotelé del pasillo. Eso sí, cuando se nos olvida la pastilla, se pone un poco pesado. El otro día le clavó a Ricar (¡ay, pobre!) un tenedor en el cuello y luego le estampó en la cabeza el vídeo beta. Riqui, que se le ve a la legua que es más manso que un mazapán, se rió un buen rato y le quitó importancia al incidente. Dijo no sé qué cosa sobre la eugenesia y nos recomendó doblar la medicación. En cualquier caso el asunto no fue grave. Pudimos arreglar el vídeo.
Tu tío Avelino sigue más o menos igual. No le he podido convencer para que se ponga pantalones ni calzoncillos, pero al menos he conseguido que meta en un calcetín sus partes pudendas. Así va todo recogido y, como he acortado la goma del calcetín, le ajusta y no hay peligro de que se escape nada. Solo me preocupa que a veces se ponga a cantar "A las barricadas" con el puño en alto cuando aparece Ric. Y lo peor es que también se quita el calcetín y le golpea en la cara con él. Richi, que es más santo que un cachorro, se ríe y dice que el cerebro de ese hombre habría que donarlo a la ciencia para que lo estudiaran. De hecho, lo hemos donado ya. La próxima semana van a venir a buscarlo.
Tu hermano Jacinto se ha venido a vivir con nosotros. Dice que los niños necesitan una figura paterna ahora que tú no vas a estar. Yo le he dicho que los niños casi nunca están en casa y que, al fin y al cabo, ya tienen más de treinta años; pero a pesar de eso está dispuesto a hacer que, cito literalmente, tu ausencia se note lo menos posible. Me dice que siempre estuvo enamorado de mí, que me espiaba cuando iba al baño cada vez que visitábamos a tus padres y que me la va a clavar bien clavada en cuanto me descuide. Ya sabes, Emilio, que una es más bien mojigata, pero la verdad es que me siento un poco sola y que una ya no es una niña y que no estamos ya como para andarnos con remilgos ante los piropos de un galán.
Porque, perdona la franqueza, Emilio, creo que siempre has sido un poco egoísta. Bueno, si te soy sincera, un cerdo egoísta. Ya no es tiempo de medias verdades ni de paños calientes. Mejor será que te vayas al hoyo sabiendo lo que pienso.
Siempre me he sentido abandonada por ti. Desde que nos casamos (que ya me dice Jacinto que por qué no me habré casado con él, que me hubiera, cito literalmente, perforado a base de bien por todas partes) has sido empalagoso hasta la médula. Siempre olías bien, siempre eras comprensivo y siempre querías hablarlo todo. ¡Qué manía! Y sólo por hacernos de menos a los demás. Ya dice Jacinto que a él siempre le estabas prestando dinero y luego, con afán de humillarlo, nunca se lo pedías (a este respecto, me dijo el otro día mientras me metía la lengua en la oreja, que no te lo pensaba devolver, por capullo, cito literalmente).
Pero lo que más me duele es que te mezclaras con esa ONG de niños de papá andrajosos que pretendía ayudar a los andrajosos auténticos. ¡Qué fijación con los pobres, oyes! Ni que fuera culpa tuya que lo fuesen.
Hablando del asunto con Richard, me ha dicho que el gobierno está preparando un plan para erradicar, no sólo la pobreza, sino también a los pobres. Menos mal que al fin las cosas están en manos de gente joven y capaz como él y no de santurrones inflados de viejos ideales como tú. En fin, que no me quiero calentar.
No me extiendo más, que Ricardillo (¡qué mono es, por Dios!) está a punto de llegar y le estoy preparando un arroz con chipirones en su tinta, que le pirran. En la mesa tengo ya a Elías, que no para de meterse bolas de pan en la nariz y a tu tío Avelino, que se ha vuelto a quitar el calcetín y lo está mojando en la sopa.
Espero que no te haya molestado nada de lo que te he dicho. Pensé que sería mejor ser sincera en la última carta que vas a recibir de tu familia. No pienses que porque haya estas pequeñas diferencias entre nosotros te olvidamos en estos momentos que intuyo difíciles para ti. Pensábamos pasar a despedirnos, pero nos ha dicho R (es un sol) que para qué, si total te vas a llevar el mal rato y que esas cosas se ven mejor por la tele. También nos ha tranquilizado mucho diciéndonos que eso del garrote no duele, que es un segundo y ya no sientes nada; y que los reos de ahora vivís como queréis, pilluelo.
Bueno, Emilio, pues lo dicho. No bebas vino en tu última cena, que no te sienta nada bien (aunque ahora que lo pienso, total, resaca no vas a tener...). Cuídate el poco rato que te queda. Tu familia te sigue queriendo (salvo tu hermano Jacinto que, cito literalmente, no ve el momento de que la espiches).
Muchos besos y abrazos.
María.

sábado, 13 de febrero de 2010

Urgente o importante

—¡Acelera! —gritó él, proponiendo una salida urgente a la situación.
Ella, ordenada, metódica, respetuosa de las reglas, atenta a las jerarquías y proclive a priorizar lo importante, trataba de recordar aquella clase en la que el instructor colocó delicadamente su mano sobre la suya para indicarle la presión justa de esa maniobra. El gesto le había gustado. Luego, tomaron un café, pasearon, noviaron, se comprometieron, se casaron y tuvieron cuatro hijos. Ahora, después de llevar adelante lo importante, ella había retomado el curso postergado. Nunca es tarde, se repetía, siempre hay tiempo.
—¡Acelera ya, mujer, que nos venimos abajo!

Buenos muchachos

Aquí vinimos a descansar, dijo él. Q.E.P.D, agregó ella, riendo. Toda la vida fuimos prolijos y eficientes, apuntó él. ¡Uf!, ni locos seguiríamos trabajando, expresó ella. Inteligentes y metódicos, añadió él. No olvides mi intuición para los trabajos especiales, le recordó ella, feliz. Industrias, funcionarios, bancos, siempre, nos apoyaron sin resistencias, se ufanó él, mientras desfilaban por su mente. Pero también gente común, sobre todo me encantaban los religiosos, confesó ella. Recogimos excelentes frutos, concluyó él, brillándole los ojos. ¿Nos premiarán?, preguntó ella, ¡ja, ja! Pasen por aquí, dijo el diablo anfitrión y abrió la puerta para que el fuego devorara a los criminales.