martes, 5 de abril de 2011

Ayrton XVI


“Cuando, al mediodía, voy a ver a Platero, un transparente rayo del sol de las doce enciende un gran lunar de oro”, dice el narrador de Platero y yo. Y cada vez que llego a la escuela de Ayrton “el oscuro suelo, vagamente verde, que todo lo contagia de esmeralda” enfatiza su imagen adolescente.

Mientras que, según nos narra el cuento, “Platero, que, antes de entrar yo, me había ya saludado con un levantado rebuzno”, Ayrton, en cambio, “viene a mí, me mira curioso, doblando la fina cabeza de un lado y de otro, con distinción”.

Entonces, miro por la ventana del aula y me invade “el irisado tesoro del cenit, me voy un momento, rayo de sol arriba, al cielo, desde aquel idilio”. Y es así que durante toda esa tarde “el paisaje verde nada en la luz florida y soñolienta, y en el azul limpio” del otoño que es primavera por voluntad propia, donde “suena, dejada y dulce, una campana”, cuyo tan-tan anuncia el inicio de una nueva etapa en la vida de Ayrton.

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