miércoles, 6 de abril de 2011

Ayrton XVIII


Hoy, cuando venía a mi encuentro, me pareció que Ayrton estaba rodeado de “tornasoles granas, verdes y azules, todo de plata”, y que ”en sus ojos nuevos rojeaba un fuego vivo”.

Escuché el “repiqueteo de su trote corto, cuando entraba, campeador, por los adoquines de la calle”. Pensé como Juan Ramón Jiménez, o, para ser más precisa, como el narrador de Platero y yo: “¡Qué ágil, qué nervioso, qué agudo!” Se acercó repiqueteando las suelas de sus zapatos, llegó “noblemente” hasta mí, “suelto el andar, juguetón con todo. Después, saltando el umbral de la puerta”, se inclinó para darme un beso (¡es tan alto para mi metro y medio!) y todo lo “invadió de alegría y de estrépito” con esa “mágica hermosura” tan suya de quinceañero brasileño, a quien acompañaré hasta la universidad para que tenga su primera clase de portugués.

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