jueves, 31 de marzo de 2011

Ayrton IX


Mientras vamos “…cabalgando en la blandura gris de Platero” los párvulos “…corren detrás de nosotros, chillando largamente.

—¡El loco! ¡El loco! ¡El loco!”

Algunos creen que ayudar a Ayrton será inútil; que todo caerá en saco roto; que, por sus orígenes, nunca podrá levantar cabeza.

Pero “…mis ojos —¡tan lejos de mis oídos!— se abren…” para ver “…esa serenidad armoniosa y divina que vive en el sin fin del horizonte...”

Quizás tú mismo, Ayrton, opinas que no puedes cambiar tu vida y que siempre será así. ¿Pero para qué estoy yo, tu profesora, una adulta, sino para señalarte el norte y, aunque más no fuese, quitarte algunas piedras de tu mochila y de tu camino?

“Y quedan, allá lejos…”, no los escucho, pero los siento, “…unos agudos gritos, velados…”, “…entrecortados, jadeantes, aburridos...

—¡El lo... co! ¡El Lo... co!”

La loca.

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