jueves, 24 de marzo de 2011

Ayrton I

“Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón”, dice Juan Ramón Jiménez. Ayrton es alto, flaco, lampiño, digo yo, y sus ojos son tiernos como un par de uvas moscatel.

Al acercarse desde lejos con su andar desgarbado, acaricia tibiamente el aire.

—¡Ayrton! —lo llamo, y viene alegre, sonriente, con su no sé qué de cascabel.

—Hola, profesora —me dice, se inclina como treinta centímetros hasta mi metro y medio para darme un beso, y a mí me brotan del alma como florcitas celeste, verde agua y rosa.

Mi alumno es un adolescente brasileño, que vive en un hogar tutelado. En sus casi tres lustro de vida perdió varias partidas, pero él —lo sé, lo siento— es fuerte por dentro, duro como de piedra y con el brillo del diamante. Cuando deambula por las callejas del barrio —lo sé, lo siento—, lo miran como a Platero y piensan:

—Tiene acero, acero de plata y luna.

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