Y me pareció que estaba todo a punto, Ayrton, para que salieras de la prisión que no te deja volar. No es que nunca retoces, aun sonríes cuando acudes a esas tareas a las que estás obligado, lo sé.
Pero “de pronto, con un duro y solitario trote, doblemente sucio en una alta nube de polvo, aparece, por la esquina del Trasmuro, el burro”, le recapitulan a Platero. “
El diablo metió la cola, Ayrton, y nos quedamos sin na’. Volver a empezar. Pero aprendimos y elaboramos otra estrategia: “A dios rezando…”.
“Es negro, grande, viejo, huesudo, tanto, que parece que se le va a agujerear la piel sin pelo por doquiera. Se para y, mostrando unos dientes amarillos, rebuzna a lo alto ferozmente, con una energía que no cuadra a su desgarbada vejez... ¿Es un burro perdido? ¿No lo conoces, Platero? ¿Qué querrá? ¿De quién vendrá huyendo, con ese trote desigual y violento?”
Mejor que sucedió así, Ayrton, porque luego nos enteramos de que no era conveniente para ti.
“Al verlo, Platero viene a mí, y quiere esconderse en la cuneta, y huir, todo a un tiempo. El burro negro pasa a su lado, le da un rozón, lo huele, rebuzna contra el muro del convento y se va trotando, Trasmuro abajo...”